domingo, 10 de septiembre de 2017

La corrección fraterna


LA CORRECCIÓN FRATERNA

Por Gabriel González del Estal

1.- Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos… Si no te hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. Nos parece evidente, y ha sido una práctica común en todas las culturas y civilizaciones, que la educación supone necesariamente la corrección fraterna. Los padres tienen la gravísima obligación de corregir a sus hijos, cuando estos hagan algo que no es correcto, los maestros deben corregir a sus discípulos, las autoridades tienen la obligación de corregir a sus súbditos cuando estos incumplan la ley. Y todos debemos corregirnos mutuamente cuando hacemos algo mal, si nos amamos de verdad. Pero la corrección fraterna es tan necesaria como difícil de practicar. En la corrección fraterna lo primero y último de debemos buscar es el bien del prójimo, no, primariamente, el bien propio, o el bien de la sociedad, aunque, por supuesto, también debemos tener en cuenta estos aspectos. Si la corrección fraterna no consigue hacer bien al hermano, la corrección resulta, al menos en parte, inútil. Hasta las mismas cárceles tienen como función primera corregir y convertir a los encarcelados; si no consiguen esto, pierden su principal misión. En el evangelio de hoy según san Mateo se habla directamente de la corrección cristiana: corregir al que se desvía o peca contra la fe cristiana. La corrección fraterna cristiana es necesario que se haga con mucho amor, y exclusivamente por amor a la persona que peca contra la fe. Si la Iglesia cristiana lo hubiera hecho siempre así se habrían evitado muchas herejías dolorosas y muchísimos castigos injustos. Los que mandan y gobiernan dentro de la Iglesia, de cualquier manera que sea, deben ser personas llenas de amor y de sana pedagogía. Y no olvidemos que es toda la comunidad cristiana, como tal comunidad, la que tiene la obligación cristiana de corregir. El mismo Papa cuando corrige lo hace en nombre de la comunidad y por el bien de la comunidad. En fin, que, como leeremos a continuación, en la carta de san Pedro a los Romanos, todo lo que hagamos los cristianos debemos hacerlo por amor y con amor.

2.- A nadie le debáis nada más que amor; porque el que ama tiene cumplido el resto de la ley. San Pablo siempre fue valiente en sus palabras y hechos, porque sabía que hablaba y obraba impulsado por el Espíritu Santo. Para un judío de su tiempo era muy fuerte decir que toda la ley se resume en el amor. Los fariseos y autoridades judías decían que lo primero es cumplir la ley. Incluso ahora, nosotros solemos valorar la bondad social o religiosa de una persona por su cumplimiento de la ley. Pero san Pablo nos dijo en muchas ocasiones a los cristianos que lo que nos hacía buenos o malos cristianos no era el cumplimiento de la ley, sino el amor que poníamos en todo lo que hacíamos. Su famoso “himno al amor”, de Corintios XIII, es maravilloso en este sentido: sin amor no soy nada. Yo creo que san Agustín cuando escribió su famosa frase: “ama y haz lo que quieras”, estaba pensando que no decía otra cosa que lo que dice, en varias ocasiones, san Pablo. Que “uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera”. Por supuesto, que para que esto sea cierto hay que entender siempre la palabra <amor> en un sentido auténticamente cristiano, como lo hacían san Pablo y san Agustín. Hoy se usa la palabra <amor> en sentidos que no tienen nada que ver con el auténtico significado cristiano de esta palabra.

3.- Esto dice el Señor: Si yo digo al malvado; “Malvado, eres reo de muerte”, y tú no hablas… el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su culpa. El verdadero profeta sabe que él es centinela de Dios, para anunciar a la sociedad los peligros y males que le amenazan. Como vemos, el profeta Ezequiel insiste en el tema de la primera lectura: la corrección fraterna. El profeta Ezequiel nos dice que Dios no quiere que nadie se desentienda de los demás. Todos los que vivimos dentro de una comunidad, por muy amplia que esta sea, somos responsables de alguna manera los unos de los otros. Todos los cristianos podemos ser en algún momento mensajeros de Dios para ayudar a los hermanos a ser un poco mejores. Con nuestra palabra, o con nuestro ejemplo. Siempre que actuamos con verdadero amor cristiano estamos siendo de algún modo auténticos mensajeros y profetas de Dios. Sólo actuando así seremos verdaderos discípulos de Jesús de Nazaret.

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